El siguiente artículo es la segunda entrega de Fascismo y Revolución, extraído de un artículo de la revista del PLP titulado El auge del fascismo 1919–1934, disponible en nuestro sitio web en la pestaña “Nuevas revistas”. En la Parte I examinamos las raíces del fascismo a partir de 1919, cuando la traición de los socialdemócratas y las vacilaciones de los dirigentes comunistas condujeron a una derrota aplastante a manos de las fuerzas nacionalistas de derecha húngaras, aliadas con el ejército nacional, sentando las bases para el ascenso del fascismo. La Parte I concluye con la respuesta del liderazgo soviético al crecimiento del fascismo y el ascenso de Hitler en la Alemania nazi.
Para 1935, los líderes soviéticos estaban profundamente alarmados por la expansión del fascismo en Italia y el ascenso de Hitler al poder en Alemania. Ese año, el VII Congreso de la Internacional Comunista (Comintern) se reunió para determinar una respuesta a la amenaza fascista.
En su informe principal, Georgi Dimitrov ignoró en gran medida el análisis de las raíces del fascismo en la democracia liberal propuesto por R. Palme Dutt, y en su lugar trazó un curso para que los partidos comunistas de todo el mundo colaboraran en frentes unidos con los liberales demócratas para evitar una mayor expansión fascista.
La Parte II explora el auge del fascismo en los años treinta, analizando los acontecimientos en España, China y América del Norte, y rastreando la evolución del fascismo dentro del capitalismo hasta nuestros días.
España, la primera prueba
A comienzos de la década de 1930, España se parecía mucho a la Italia de 1919. Aunque su clase dominante era demasiado débil para gobernar eficazmente, la clase trabajadora carecía del liderazgo audaz y decidido necesario para aprovechar esas condiciones favorables y luchar por el poder obrero. El Partido Comunista de España (PCE) seguía siendo pequeño y relativamente aislado. Ayudó a construir un Frente Popular junto al Partido Socialista y los republicanos liberales. (En España, los “republicanos” eran defensores de la república y opositores a la monarquía y al fascismo).
Las elecciones de 1936 significaron una derrota humillante para las fuerzas de derecha —especialmente la Falange, que aún era marginal en ese momento— y una gran victoria para el Frente Popular, lo que parecía validar la estrategia de “frente unido” comunista promovida por Dimitrov ocho meses antes. Sin embargo, el nuevo gobierno del Frente Popular se negó a armar a los trabajadores e hizo poco por alterar las estructuras fundamentales del poder estatal.
La Falange, un partido fascista, fue financiada por figuras e instituciones de la clase dominante. Su programa era una mezcla típica de demandas reformistas con apariencia radical, anticomunismo y nacionalismo. El general Francisco Franco, jefe del ejército español, lanzó un golpe fascista que desencadenó una prolongada guerra civil.
Sin un liderazgo central unificado y agresivo, los republicanos —a pesar de su heroísmo y de la energía revolucionaria de la clase trabajadora— fueron sufriendo derrota tras derrota. La ayuda llegó desde la Comintern en forma de Brigadas Internacionales de voluntarios antifascistas procedentes de partidos comunistas de 53 países, junto con equipo militar y asesores de la Unión Soviética.
Las fuerzas de Franco habrían colapsado al inicio de la guerra sin la ayuda de Alemania e Italia. La aviación fascista era alemana e italiana. Mientras tanto, el gobierno británico saboteaba sistemáticamente el esfuerzo republicano. En los Estados Unidos, la administración de Roosevelt se mantuvo firme en su negativa a vender armas a los republicanos.
Entre sus errores más graves, el Partido Comunista de España fracasó en la lucha contra el racismo. Ninguna ayuda comunista llegó a los trabajadores de Marruecos ni a otros pueblos coloniales sometidos por la clase dominante española. El Partido era más débil en las zonas con minorías nacionales —en el País Vasco, Galicia y Cataluña—. Pero su mayor debilidad fue el propio Frente Popular y la línea política débil de la Comintern, que llevó a los comunistas a luchar como “republicanos” en lugar de como revolucionarios. En vez de canalizar todos los esfuerzos hacia la revolución comunista, el Partido se concentró en mantener su alianza con los socialistas y los republicanos liberales.
La Guerra Civil Española fue una gran derrota para la política del Frente Unido, pero no para el comunismo. España nunca olvidará la ayuda del movimiento comunista mundial y de las Brigadas Internacionales. Estos heroicos voluntarios ayudaron a frenar el avance fascista en España durante casi tres años cruciales. La resistencia española, apoyada por las Brigadas Internacionales y la Unión Soviética, retrasó los avances fascistas en Europa occidental y se erigió como el primer gran campo de batalla en la lucha mundial contra el fascismo. La resistencia en España formó a los líderes de los ejércitos obreros que luego aplastarían a las hordas fascistas en la guerra mundial por venir.
China y el precio de la colaboración
El Partido Comunista de China (PCCh) se unió a un frente unido —e incluso a un gobierno conjunto— con el nacionalista Kuomintang (KMT), que había llegado al poder como parte de un gobierno nacionalista. Se suponía que debían unirse para combatir la invasión fascista de Japón.
El PCCh reconstruyó su organización clandestina a pesar de una brutal represión: tres sucesivos líderes del Partido en Shanghái fueron ejecutados por el KMT, pero finalmente se restableció una red segura tanto en las ciudades como en el campo. A comienzos de los años treinta, el Ejército Rojo controlaba importantes zonas rurales, resistiendo repetidas campañas del KMT. Estas victorias solo fueron posibles porque el PCCh aprendió de sus errores anteriores al cooperar con el KMT.
Sin embargo, el compromiso fundamental del KMT con los intereses capitalistas y nacionalistas se mantuvo intacto. Tras una cooperación temporal, el KMT se volvió decididamente contra los comunistas, masacrando a miles en purgas y campañas como las de 1927–1937. Esta traición dejó el camino libre para el desarrollo capitalista y la consolidación nacionalista, demostrando los límites de los frentes unidos con fuerzas burguesas.
En China, como en otros lugares, solo un movimiento comunista resueltamente independiente podía enfrentar el fascismo y proteger las conquistas revolucionarias de la clase trabajadora.
América del Norte
Los movimientos fascistas en Estados Unidos, México y Canadá fueron menos significativos que los de Europa, Asia o Sudamérica. Sin embargo, los años treinta trajeron importantes virajes hacia la derecha, incluida una mayor represión por parte de los órganos policiales. El New Deal de Roosevelt concentró más poder en una burocracia nacional en expansión, fortaleciendo la capacidad del Estado para estabilizar el capitalismo. Si bien evitó el colapso económico, esta concentración de autoridad también creó condiciones bajo las cuales podría surgir teóricamente un autoritarismo de tipo fascista. México y Canadá experimentaron desarrollos similares.
¿Por qué no se desarrolló un fascismo pleno en América del Norte en ese período? Primero, porque el capitalismo era más joven, aún en expansión y más competitivo que en Europa. Segundo, porque el imperialismo estadounidense, principal beneficiario de la Primera Guerra Mundial, todavía vivía de su botín imperialista. Y, por último, porque el movimiento comunista y el movimiento obrero dirigido por la izquierda se lanzaron a la ofensiva en los tres países.
El auge del fascismo hoy
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los imperialistas estadounidenses han dominado el mundo económica y militarmente. Pero a medida que el capital financiero se ha convertido en la forma principal del capitalismo estadounidense, el cierre de fábricas y la deslocalización de la producción han pasado factura a la clase dominante estadounidense, incluso mientras sus ganancias se disparaban. Una serie de guerras perdidas y desastres militares —desde Vietnam hasta Irak y Afganistán— ha debilitado políticamente a los Estados Unidos y vaciado su tesoro.
Mientras los jefes estadounidenses gastaban miles de millones en un intento fallido de mantener el control del Medio Oriente, sus rivales chinos construían una potencia industrial y ahora desarrollan un aparato militar equivalente.
Con el capitalismo mundial sumido en una catástrofe política, económica y humanitaria en espiral, la clase trabajadora internacional enfrenta ataques cada vez más severos. La actual crisis política está impulsada por la rivalidad interimperialista —por el declive relativo del imperialismo estadounidense y el ascenso del poder capitalista estatal chino—. La crisis mundial refleja el colapso del globalismo y del libre comercio, acentuado ahora por catástrofes superpuestas: las secuelas de la pandemia de COVID-19, las guerras en Ucrania, Gaza y Sudán, y desastres humanitarios severos desde Afganistán hasta la República Democrática del Congo. En todos los continentes, los capitalistas enfrentan desafíos tanto de fracturas internas como de rivales externos. El viejo orden liberal mundial, definido por la dominación económica y militar de Estados Unidos, está bajo presión. China expande su influencia global invirtiendo enormes sumas para atar a clases dominantes menores a su órbita, mientras sus fuerzas navales y marítimas —ahora las más numerosas— desafían cada vez más el control estadounidense del Pacífico.
Mientras tanto, la competencia por las tecnologías y recursos críticos se intensifica. El control del hardware de inteligencia artificial (IA) y de los elementos de tierras raras —vitales para los semiconductores, los centros de datos y la electrónica avanzada— se ha convertido en un eje central de la rivalidad estratégica. China domina la minería y el procesamiento de tierras raras, lo que le otorga una ventaja sobre la cadena de suministro global de IA, mientras Estados Unidos y sus aliados se apresuran por asegurar fuentes y capacidades de producción alternativas. Esta lucha tecnológica y de recursos amplifica las tensiones geopolíticas y económicas que ya desestabilizan al mundo.
Dentro de los Estados Unidos, una carga insostenible de deuda federal, la fragilidad económica sistémica y una polarización social cada vez más profunda amenazan con debilitar el núcleo del poder estadounidense. A medida que los conflictos interimperialistas y las rivalidades tecnológicas se intensifican, la clase trabajadora internacional —especialmente en las naciones más superexplotadas— continúa pagando los costos más altos.
Los jefes nacionales explotan las debilidades liberales
Dentro de Estados Unidos, la desindustrialización ha roto los lazos entre el capital financiero y los trabajadores blancos, provocando un cambio significativo de las lealtades obreras lejos de los grandes jefes y del Partido Demócrata. Esta alienación ha sido explotada por los rivales internos del capital financiero, un grupo de capitalistas cuyas fortunas dependen de la producción petrolera y la industria nacional, y que están representados por los aislacionistas de “America First” dentro del Partido Republicano. En su estado debilitado y dividido internamente, los capitalistas financieros luchan por actuar con decisión frente a sus desafiantes. Su control sobre partes críticas del aparato estatal —incluyendo la Casa Blanca, el Congreso y la Corte Suprema de EE.UU.— se ha perdido o está en peligro. Esta situación precaria no puede sostenerse.
En períodos de crisis capitalista, la guerra se convierte en la forma principal de la política capitalista. En Europa, la rivalidad interimperialista se ha degradado en un conflicto masivamente destructivo que ha matado a cientos de miles de personas. En el Pacífico, una guerra abierta entre los jefes estadounidenses y chinos parece inminente. Si estalla, amenaza con arrastrar a una multitud de otros países.
Las lecciones de Dutt y el fascismo en Estados Unidos
R. Palme Dutt escribió que las raíces del fascismo se encuentran en el liberalismo y que el fascismo es la forma inevitable de gobierno bajo el capitalismo moderno. Hoy vemos todas sus características en Estados Unidos: la erosión del “estado de derecho”, los ataques contra la ciencia y el pensamiento racional, el castigo a la protesta, una democracia en ruinas, una rivalidad interimperialista que se intensifica y la amenaza inminente de una guerra mundial, el deterioro de los niveles de vida de los trabajadores, el desmantelamiento de la atención médica, el terror encubierto de ICE contra inmigrantes convertidos en chivos expiatorios y un racismo más virulento que nunca.
¿Cuál debe ser nuestra respuesta?
Aprendiendo del pasado, en el PLP sabemos que la respuesta no es confiar en alianzas con liberales o socialdemócratas. Debemos trabajar dentro de las organizaciones para ganar a sus miembros hacia nuestra línea: que el sistema no puede reformarse. Debemos evitar los errores de nuestros predecesores rechazando la estrategia del frente unido con liberales, socialdemócratas o nacionalistas para derrotar el fascismo.
Para destruir realmente el fascismo, debemos arrancarlo de raíz: del capitalismo mismo.
Nuestras ideas deben difundirse amplia y profundamente —a través de conversaciones íntimas con amigos y mediante DESAFÍO. Debemos ganar a trabajadores y estudiantes para que comprendan que el capitalismo no puede reformarse. Debe ser destruido y reemplazado por el comunismo, una sociedad dirigida por los trabajadores en beneficio de todos.