La trampa del chavismo: El nacionalismo no impulsa la liberación

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28 Noviembre 2025 60 visitas

Desde la ciudad de Nueva York y Colombia hasta Burkina Faso y Palestina, los nacionalistas que afirman desafiar al imperialismo estadounidense vuelven a vivir su momento bajo el sol—justo cuando EE.UU. renueva sus amenazas de derrocar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela (ver editorial en la página 2). El imperialismo estadounidense, sacudido por el ascenso de los imperialismos rivales ruso y chino, está atacando como un animal herido. Y, sin embargo, todo lo que estos nacionalistas presentan como algo “nuevo” para la clase trabajadora no es más que el mismo viejo capitalismo disfrazado con ropa moderna. En el siglo XXI, nadie vendió ese paquete con más carisma que el mentor de Maduro, Hugo Chávez.

La “Marea Rosa” latinoamericana actual invoca las imágenes de la Revolución Cubana de 1959 y la elección de Salvador Allende en 1970. Pero bajo sus banderas rojas, la mayoría de estos proyectos están enraizados en el mismo romanticismo liberal burgués del siglo XIX de José Martí y Simón Bolívar—y en la tradición de los gobernantes populistas y desarrollistas como Juan Perón en Argentina y Rómulo Betancourt en Venezuela. Todos insistieron en que estaban del lado de los pobres; todos defendieron formas nacionales de capitalismo. Ninguno representó el poder obrero.

Después de la derrota del fascismo encabezada por los comunistas en la Segunda Guerra Mundial, los imperios coloniales del mundo comenzaron a desmoronarse. Millones de trabajadores en África y Asia—con frecuencia inspirados por la Unión Soviética y la China revolucionaria—se levantaron contra siglos de dominación europea. Pero como el movimiento comunista internacional no logró empujar esas luchas hacia una revolución genuina (proceso que el Partido Laboral Progresista analiza en Camino a la Revolución III), el capitalismo poscolonial llenó el vacío. Envueltas en un lenguaje militante, estas nuevas corrientes “desarrollistas” se disfrazaron de socialismo mientras mantenían intactas las relaciones capitalistas de propiedad.

La India de Jawaharlal Nehru se convirtió en el modelo. Bajo la bandera del “socialismo”, Nehru promovió la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), utilizando altos aranceles y planificación estatal para fortalecer el capitalismo doméstico y reducir la dependencia de importaciones. Reformas limitadas de bienestar social mejoraron la vida de millones que habían sufrido bajo el dominio británico. Pero el capitalismo con bienestar sigue siendo capitalismo. Por eso los líderes de las luchas de liberación nacional en África, Asia y América Latina—desde el Movimiento de los No Alineados hasta los gobiernos de la Marea Rosa—ganaron apoyo de los capitalistas locales y, finalmente, se convirtieron en piezas dentro de las rivalidades imperialistas. En todos los casos, sin un movimiento comunista internacional liderando a la clase trabajadora, estos proyectos fueron desviados, cooptados o aplastados.

Socialismo del Siglo XXI: Grandes Promesas, Gran Traición

Durante generaciones, la tierra y la riqueza de Venezuela estuvieron concentradas en manos de familias arraigadas en la vieja oligarquía posterior a la independencia. Con algunas de las mayores reservas de petróleo del mundo y un gran potencial agrícola, Venezuela siempre fue un campo de batalla entre las facciones vinculadas a los intereses de EE.UU. y aquellas que buscaban un camino nacional más independiente. Para la década de 1980, la austeridad respaldada por el FMI incendió el país.

Entonces llegó 1989: el Caracazo. Un levantamiento espontáneo contra los aumentos del transporte y los recortes presupuestarios fue respondido con masacres policiales y militares que asesinaron a cientos—posiblemente miles—de trabajadores. El Caracazo destruyó la legitimidad de los partidos políticos pro estadounidenses y se convirtió en el centro gravitacional de toda la política venezolana contemporánea.

En 1992, un fallido golpe militar encabezado por el teniente coronel Hugo Chávez y otros oficiales capturó la imaginación de millones. Tras salir de prisión, Chávez ganó la presidencia en 1998, prometiendo una “Revolución Bolivariana” financiada por la riqueza petrolera y apoyada en alianzas con Rusia, China y otros países. En última instancia, el legado de Chávez se construyó sobre la ilusión de que un “mundo multipolar” permitiría que el “Socialismo del Siglo XXI” venezolano sobreviviera mediante la maniobra entre imperialismos rivales.

Las movilizaciones masivas derrotaron el golpe apoyado por EE.UU. en 2002, y el ascenso simultáneo de aliados en Bolivia, Ecuador y Brasil aceleró la Marea Rosa. Millones obtuvieron acceso a alimentos subsidiados, atención médica, electrificación y agua potable. A nivel internacional, los discursos encendidos y antiimperialistas de Chávez electrizan a la juventud harta de las invasiones estadounidenses a Afganistán e Irak. Para muchos, Venezuela parecía una alternativa genuina.

Pero—como en todos los demás lugares—el contenido de este “socialismo” dejó intacto el capitalismo. Venezuela siguió dependiendo de las exportaciones de petróleo. Cuando los precios mundiales se desplomaron en la década de 2010, el gobierno ya no pudo financiar sus reformas. Tras la muerte de Chávez, Maduro heredó una economía en colapso, crecientes escaseces y sanciones estadounidenses cada vez más duras. Sus esfuerzos por salvar el proyecto bolivariano se han marchitado, dejando nuevamente a los trabajadores venezolanos expuestos a la competencia imperialista—con la amenaza de guerra creciendo cada día más.

La tarea del Partido Laboral Progresista es desenmascarar las falsas promesas de nacionalistas y reformadores liberales—desde Mamdani en Nueva York hasta Maduro y Petro en Colombia—y luchar por la única fuerza capaz de acabar con el imperialismo de una vez por todas: el comunismo.