Yo considero al colectivo como la forma supremamente importante de trabajo
educativo.
-Anton Semyonovich Makarenko
Una pandemia hace estragos. No hay una cura. Innumerables están infectados; cientos de miles han muerto. Estados Unidos representa solo el cuatro por ciento de la población mundial, pero más del 25 por ciento de los casos. Claramente, a los capitalistas no les importamos; su único objetivo es el lucro. Entonces, estamos siendo empujados a fábricas, oficinas y tiendas para morir por su sistema de ganancias. Para completar la miseria, el capital exige que los niños sean devueltos a las escuelas sin garantizar la seguridad. Ésa es la conclusión lógica del sistema educativo capitalista.
Pero hay una alternativa al fracaso absoluto de este miserable sistema capitalista, racista, sexista, anti-obrero y su llamada “educación”. Y eso es solidaridad comunista: producción para las necesidades, respeto mutuo, y educación para el desarrollo colectivo e individual. Se necesita una revolución comunista para transformar la sociedad. En los últimos 100 años se han producido dos grandes revoluciones de la clase trabajadora. La Revolución Bolchevique (1917) y la Revolución China (1949). Si bien ambas se han revertido trágicamente debido a las semillas de las prácticas capitalistas, sus prácticas tempranas han producido lecciones valiosas para ser aplicadas antes y después de nuestra próxima revolución exitosa.
¿Qué podemos aprender de estas revoluciones ahora, especialmente en educación? Un buen punto de partida es examinar algunos de los cambios dramáticos realizados en todas las esferas de la vida después de la Revolución Rusa.
De 1914 a 1921, Rusia, un país ya empobrecido y gobernado por una clase dominante cruel, fue devastado por su participación en la Primera Guerra Mundial y luego por una guerra civil financiada y militarmente creada por los imperialistas estadounidenses, ingleses, franceses y polacos. El ochenta por ciento de su industria y sistema de transporte fue destruido y la agricultura y la distribución de alimentos casi cesaron. El nuevo estado soviético enfrentó inmensos problemas de hambre, enfermedades, y falta de vivienda. Eso fueron los restos de la vieja sociedad capitalista que se abordó.
Todos los Niños Tienen un Papel Que Desempeñar en el Liderazgo
Sin embargo, a pesar de los enormes problemas, muchos en la Unión Soviética estaban ansiosos por crear una nueva sociedad, una nueva humanidad, un nuevo espíritu colectivo, y un tipo de educación completamente nuevo. Entre ellos se encontraba un educador, Anton Makarenko.
Nacido en una familia pobre de clase trabajadora en 1888, Makarenko se convirtió en maestro cuando tenía 17 años. Ya convencido de la necesidad de la revolución, comenzó su carrera en medio de la primera Revolución (1905) organizando lugares de reunión para los trabajadores revolucionarios. Makarenko continuó enseñando y apoyando la actividad revolucionaria. Para 1920 había enseñado con éxito a cientos y supervisado a miles de estudiantes. Además, había comenzado a formular un nuevo sistema educativo basado en los clásicos marxistas, el liderazgo de Lenin, y las experiencias del Ejército Rojo.
En 1920, el Comisariado de Educación le pidió que organizara la Colonia de Poltava para Ofensores Juveniles. Debido a la destrucción causada por la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Capitalista, decenas de miles de niños huérfanos y hambrientos vagaban por el campo y las ciudades en busca de comida y refugio. Muchos recurrieron al crimen para sobrevivir. Estaban totalmente desmoralizados, enojados, y divididos por odios étnicos.
Makarenko comenzó con seis adolescentes que tenían antecedentes penales, un edificio sin ventanas, sin puertas y en ruinas, algunas tierras de cultivo pobres, sin herramientas, sin libros, poca comida, y dos maestros. El objetivo: crear la fundación de un colectivo educativo comunista. Completamente desinteresado en sus registros pasados, creyendo que nadie nace con características genéticas “buenas” o “malas”, Makarenko tenía una perspectiva positiva y optimista sobre el desarrollo de cada niño. Descubrió que todos los niños, incluidos aquellos con problemas psicológicos profundos, tenían un papel que desempeñar en el liderazgo.
Esto fue en un tiempo cuando Estados Unidos tenía un sistema educativo segregado llamado Jim Crow, arrojaba ideas pseudocientíficas racistas, y construía el individualismo.
Máxima Exigencia y Máximo Respeto
Los primeros meses fueron duros. Desconfiados, los niños sentían que se trataba de una prisión más. Pasaron meses antes de que Makarenko se ganara su respeto al exigir forzosamente que cortaran la leña para toda la colonia, no solo para ellos. Fue un comienzo. Basándose en sus años de enseñanza y actividad revolucionaria, Makarenko llegó a darse cuenta de que uno debe “imponer las mayores exigencias a una persona y tratarla con el mayor respeto” para tener éxito.
Rechazó el castigo físico, que era una medida común en ese período. Makarenko se dio cuenta de que, así como la clase obrera y el campesinado habían superado grandes problemas sociales y personales para ganar una revolución, todos los niños, si se les respetaba y se les mostraba colectividad, se convertirían en camaradas productivos.
Lo que los países capitalistas finalmente descubrirían en teoría ya se hizo en la práctica en la Unión Soviética: énfasis en tratar a los niños con respeto, proporcionar un colectivo para que los niños aprendan, importancia de los modelos adultos, el aprendizaje como proceso social, uniendo el trabajo manual y mental como uno, y más.
En medio de su pobreza (y con alguna ayuda de las organizaciones centrales), los niños comenzaron a aprender a cultivar sus propios alimentos, reparar su ropa, arreglar su vivienda, y hacer herramientas.
Sin embargo, las principales tareas que Makarenko les planteó fue planificar colectivamente sus necesidades comunitarias. Muchos de los niños eran analfabetos funcionales. Sin embargo, a pesar de su resistencia a estar en la escuela, la demanda era que aprendieran los oficios que mantenían la comuna en buen estado. Comenzaron a trabajar en equipos aprendiendo gradualmente a pensar en necesidades colectivas más amplias, no meramente en necesidades individualistas. A los niños les encantaba toda esta libertad y respeto por sí mismos.
Durante muchos años, cientos de niños pasaron por la renombrada “Colonia Gorki”. Con más maestros, agrónomos, ingenieros, y la creciente prosperidad de la URSS, la colonia combinó cinco horas de trabajo agrícola e industrial productivo y cuatro horas de instrucción política y convencional. El trabajo intelectual y el trabajo manual se unieron. Incluso durante los primeros tres años, se alentó a los estudiantes colectivos a convertirse en una comuna parcialmente autogobernada. Después de siete años, se le pidió a Makarenko que duplicara el éxito fundando un nuevo colectivo de niños huérfanos, que se convirtió en la Comuna Dzerzinsky.
“El Camino a la Vida”
Makarenko escribió muchos libros y artículos sobre educación en los que resumió sus conclusiones extraídas de años de experiencia en la educación de miles de niños. Una de sus obras destacadas, “El Camino a la Vida”, es un registro de la experiencia transformadora de la Colonia Gorki. Es un libro para inspirar a todos aquellos maestros (y de hecho a todas personas) que anhelan una vida libre, respetuosa y socialmente consciente: una vida comunista.